Mentalización: La función reflexiva

Para Fonagy (1998), la mentalización, o función reflexiva, consiste en la capacidad de imaginar y entender los estados mentales en uno mismo y en los otros; es la habilidad de dar una interpretación convincente a la conducta propia y de otros, a partir de los estados mentales subyacentes. Sería un proceso a través del cual se desarrolla la conciencia de los procesos mentales propios y de los otros significativos.

Implica un componente autorreflexivo además de un componente interpersonal, que es el que proporciona al individuo la capacidad de distinguir la realidad interna de la externa, las formas de actuación simuladas de las reales, y los procesos mentales y emocionales internos de las comunicaciones interpersonales.

La neurociencia ha puesto de relieve que el cerebro humano no es tan solo un órgano mediante el cual es posible la relación entre los distintos individuos sino que, además, precisa inexcusablemente de esta relación para alcanzar su total y madura configuración. Podemos decir que el cerebro humano es el resultado del programa genético más las influencias del entorno.

La Mentalización, denominada también “lectura de la mente”, es el proceso a través del cual los seres humanos llegan a ser capaces de captar que tienen estados mentales, es decir, emociones, deseos, fantasías y pensamientos, que los otros también los tienen, y que ellos se relacionan con estos otros y con el mundo a través de estos estados mentales.

El concepto fue acuñado por la teoría del apego, la capacidad para comprender y discernir el pensamiento propio y el de los otros se produce por las representaciones de las relaciones y vivencias con las personas más significativas. La conducta propia y la de los otros están motivadas por estados internos, por pensamientos y sentimientos. Los cuidadores/as que son capaces de mentalizar pueden sintonizar con los distintos estados subjetivos del infante; éste a su vez se siente en la mente de su cuidador/a e internaliza la representación de éste, lo que ayuda a configurar un self (sí mismo) cohesivo, con una identidad normal.

Gracias a la función reflexiva, o mentalización, el comportamiento de los otros tiene un significado para el niño y puede ser previsible. A medida que comprende mejor el comportamiento de los otros, el niño puede activar las representaciones conjuntas de sí mismo-con otros más adecuadas para una transacción interpersonal determinada. Estas transacciones las va construyendo y organizando desde sus más tempranas experiencias. Estas interacciones con los otros significativos son interiorizadas, internalizadas pasando a constituir los modelos de esquemas interactivos. Hoy día sabemos de la importancia de estas primeras interacciones con nuestros cuidadores primarios, interacciones que conforman nuestros modelos de relación con los otros, modelos de relación que son interiorizados y a partir de los cuales construimos nuevas relaciones con los demás que contribuyen a complejizar nuestros modelos relacionales. En este punto hemos de tener en cuenta las investigaciones en neurofisiología que nos hablan de la neuroplasticidad y flexibilidad del cerebro humano, por tanto de la capacidad de la mente humana de modificar esquemas mentales o modelos de relación desadaptativos o disfuncionales, así como de ampliar y complejizar aquellos modelos adaptativos.

RELACIONES ENTRE EL APEGO Y LA MENTALIZACIÓN

Bowlby (1969, 1973,1980) en su teoría del apego preconiza la necesidad universal que tienen los seres humanos de crear vínculos afectivos. Según Sroufe (1996) el sistema de apego es, sobre todo, un regulador de la experiencia emocional cuya meta es el sentimiento de seguridad.

Al finalizar el primer año de vida, las experiencias vividas con el cuidador se unen en sistemas representacionales denominados por Bowlby “modelos operativos internos”, que tiene que ver con el concepto anteriormente apuntado de modelo relacional, o con otros conceptos afines como: modelo mental implícito, principios organizadores, memoria emocional, lo sabido no pensado, el conocimiento relacional implícito, etc. Estos modelos operativos internos o esquemas mentales están constituidos por las representaciones internas de las diferentes relaciones que establecemos con los otros y son los que utilizamos para afrontar las diferentes situaciones de la vida, se constituyen en los primeros años y pueden ser más o menos adaptados o patológicos.

Mary Ainsworth (1985), a partir de su procedimiento para observar los modelos operativos internos en acción (en el experimento de laboratorio de la situación extraña), se encontró con los cuatro patrones de conducta siguientes: a) niños de apego seguro; b) ansiosos/evitativos; c) ansiosos/resistentes; y d) desorganizados/desorientados. Y concluyó que la conducta de los niños seguros está basada en la experiencia de interacciones bien coordinadas, en las que el cuidador raramente sobreexcita al niño y es capaz de estabilizar las posibles respuestas desorganizadas que presente, por lo que el niño permanece relativamente organizado en situaciones de estrés.

Por el contrario, los niños clasificados como ansiosos/evitativos han experimentado situaciones en las que sus emociones no pudieron ser calmadas por el cuidador o en las que, tal vez, han sido sobreexcitados por padres intrusivos, por lo que regulan por exceso sus emociones y evitan situaciones que pudieran excitarles.

Los niños ansiosos/resistentes tienden a regular por defecto incrementando la expresión de su angustia presumiblemente para atraer la atención del cuidador. En este caso, el niño se preocupa cuando no está con el cuidador pero no se alivia cuando éste se encuentra presente.

En el caso de los niños desorganizados, el cuidador es tanto fuente de temor como tranquilizadora, y la activación del sistema de apego produce grandes conflictos, por lo que la respuesta del niño en el reencuentro con el cuidador después de una breve ausencia, suele ser una respuesta desorganizada.

El niño desarrolla modelos de apego independientes con sus figuras de apego principales, basados en las interacciones pasadas con cada uno de ellos. Aquí entra en juego el concepto de sensibilidad del cuidador, entendida como el modo de calmar al niño combinando el reflejo de su estado con otros aspectos que sean de hecho incompatibles con el sentimiento del niño, para ayudarle en la regulación. Este concepto está muy relacionado con la capacidad de la madre de “contener” mentalmente el estado afectivo del niño que describió Bion (1962). El apego seguro sería la consecuencia de una contención exitosa mientras que el apego inseguro sería como la identificación del niño con la conducta defensiva de su cuidador.

Para Sroufe la regulación afectiva se basa en la capacidad para mantenerse organizado en momentos de tensión. Defiende que la regulación afectiva debe ser considerada como un tipo de autorregulación y que la autorregulación surge de la confianza en el cuidador, que se transforma en confianza en el propio self con el cuidador y, finalmente, en confianza en el propio self (sí mismo). La meta del apego es, según él, sentir seguridad.

En el caso del cuidador desentendido, éste no consigue reflejar la angustia del niño debido a las experiencias dolorosas que le evoca la situación, o porque carece de la capacidad de crear una imagen coherente del estado mental del niño. En el caso del cuidador preocupado, éste representa con demasiada claridad el estado mental del pequeño o de una forma que se complica con la preocupación propia. En ambos casos, lo que el niño internaliza es la actitud del cuidador y, como dice Crittenden (1994) refiriéndose a ciertos casos patológicos, “esta falta de sincronía se convierte en el contenido de la experiencia del sí mismo” (Self en inglés).

LA ADQUISICIÓN Y DESARROLLO DE LA FUNCIÓN REFLEXIVA.

Para Fonagy (1993), lo que el cuidador aporta a la relación con el niño parece ser crítico para el establecimiento tanto del apego seguro como de la mentalización y, además, como demuestra en el Proyecto de Londres (London Parent-Child Study: Fonagy, Steele, y Steele 1991), ambos se pueden predecir incluso antes de que el bebé nazca.

El cuidador, a través de procesos lingüísticos y gestuales, se dirige al niño reconociendo que éste tiene sus propias ideas y deseos, que son los que determinan sus acciones y producen reacciones en otros. La capacidad del cuidador de observar los cambios en el estado mental del niño momento a momento, es decir, su sensibilidad, sería crucial en la adquisición de la capacidad mental por parte del niño.

Bruner (1993), considera que la tendencia de los padres a tratar los gestos espontáneos de los niños como si fueran intencionales, lleva al niño a verse como teniendo intenciones y comunicándose intencionalmente.                         La seguridad en el apego puede dar lugar a intercambios verbales entre niño y cuidador que favorecen el pensar sobre sentimientos e intenciones. La mayor tendencia a explorar e interaccionar socialmente de los niños de apego seguro podría ser la responsable de sus mejores habilidades en mentalización.

Cassidy (1994) propone la existencia de una conexión entre estilos de apego y regulación. Para él, el niño que tiene un apego ansioso/evitativo minimiza los afectos (sobrerregulación); el afecto no se expresa, pero existe. El clasificado como de apego ansioso/ambivalente incrementa los afectos (infrarregulación); el afecto se expresa en demasía. La persona con un apego seguro exhibe un tipo de regulación afectiva abierto y flexible.

El apego seguro del niño con su cuidador/a genera la capacidad de mentalización. Por tanto la función de mentalización se adquiere y desarrolla cuando hay una buena regulación de los afectos por parte de los cuidadores. El proceso podría desarrollarse como sigue:

El niño en la interacción con sus cuidadores va estableciendo una relación entre la expresión de sus estados emocionales y la respuesta que observa en la expresión facial de los padres provocada por tal estado emocional. Si la expresión facial de los padres es marcada y contingente (se corresponde con el estado emocional del niño y le responde en el momento) con el estado emocional del niño, este con la repetición de este tipo de interacciones aprenderá a regular sus estados mentales. Pero, además, los niños pueden regular, hasta cierto punto, las emociones de los padres a través de la expresión de sus estados mentales. Es decir, el niño establece una conexión entre sus estados mentales y una determinada expresión facial en los padres, (reveladora de un estado emocional) con lo cual puede regular la aparición de tal expresión emocional en el rostro de los padres a partir de su propio estado emocional. Se establece consecuentemente una mutua regulación entre niños y padres. Esto le ayuda a sentir que tiene capacidad para poder influir en los demás y que por tanto es tomado en cuenta y no dejado de lado, lo que contribuye a consolidar el sentido de sí mismo como alguien valioso.

LA IMPORTANCIA DE LA FUNCIÓN REFLEXIVA O CAPACIDAD DE MENTALIZAR.

No es momento ni lugar para hacer una crítica a la actual cultura y sociedad en la que vivimos pero si para poder hacer una reflexión respecto al tema que hoy nos convoca.

De todos es sabido que esta sociedad del consumismo, de las prisas, del estrés, del sálvese quien pueda, en definitiva de esta sociedad y cultura narcisista en la que importa el tener y no el ser, en esta cultura en la que valores como el esfuerzo, la solidaridad, el tener en cuenta al otro y darse a ese otro, esta sociedad en la que nos medimos por el dinero o lo rico o famoso que somos y que el más inteligente es el que más y mejor se aprovecha de los demás, en esta cultura digo las personas podemos llegar a ser alienadas a favor de las necesidades de aquellos que mueven el hilo del nuevo Dios (el dinero) y que por tanto nuestra mente puede estar siendo moldeada a través de los medios de influencia de masas para que sigamos encajando en un sistema que no interesa más que a unos pocos privilegiados (de la esclavitud de la riqueza) pero que ellos se encargan de que estos productos que ellos ofrecen sean objeto de nuestro culto y a través del manejo de los medios de comunicación estemos de alguna manera uniformados mentalmente para perseguir aquello que según lo tocamos ya se desvanece por lo vacio e insulso que es.

Digo que tal vez es momento de poder pararnos a pensar y reflexionar (Mentalizar) para poder sentir el día a día, el dolor y el placer, el sufrimiento y la felicidad la pena y la tristeza, la satisfacción y la alegría…

Tal vez es el momento de quitarnos las máscaras y vivir la vida con valentía, afrontando y enfrentando las situaciones con toda la plétora de pensamientos, emociones y sentimientos que nos generen, sin querer ocultarnos tras esas defensas y esquemas patológicos que un día nos sirvieron para poder sobrevivir, pues creíamos que sin la seguridad y el  afecto (aunque esto fuera fantaseado) de nuestros vínculos principales no sobreviríamos y en verdad que entonces así era, aunque estos vínculos pudieran ser como hemos visto anteriormente poco adecuados.

Tal vez nos estamos dejando llevar por la inercia de una sociedad que nos transmite a través de la familia, y por la sociedad en sí misma, las reglas del juego; de un juego en el que pensar, sentir, emocionarse no se puede hacer más que dentro de las propias normas de su cultura, es decir cuando se consigue un nuevo coche, móvil, Tv, etc. cuando juegas a la bolsa, a las carreras, consumes compulsivamente sus productos legales o ilegales como el alcohol, la cocaína, las maquinas tragaperras, etc. Una sociedad por tanto deshumanizada en la que no solo los sentimientos y emociones del otro son negados, evitados, no sentidos; sino también nuestros propios estados mentales. Es por esto que es de vital importancia que nos hagamos conscientes y a la vez creemos conciencia de la necesidad de adquirir, desarrollar y fomentar la capacidad de Mentalizar.

Muchos de los trastornos mentales de la actual sociedad en que vivimos tienen que ver con la incapacidad de afrontar estados emocionales displacenteros, como la angustia, la tristeza, la rabia, etc. De hecho como comentaba antes negamos estos estados y tendemos a escapar de ellos pudiendo llegar a establecerse verdaderos problemas mentales debido a nuestra incapacidad para contener, reflexionar y afrontar las, a veces, difíciles experiencias que la vida nos depara. Por otro lado, como he apuntado antes, desde los parámetros que esta sociedad establece tampoco se fomenta el desarrollo de esta actitud y aptitud ante las circunstancias de la vida. De hecho más bien se fomenta y promociona el no pensar, ni sentir pero si actuar sin mediar la reflexión, por ello como decía antes hay muchos trastornos mentales que están directamente relacionados con esta incapacidad para poner una cierta distancia entre lo que sucede y como se actúa, por ejemplo los trastornos del control de impulsos, la incapacidad para contener la ansiedad, las adicciones con sustancias o sin ellas…

En definitiva la Función Reflexiva es una capacidad que nos permite poner una distancia no actuando inmediatamente, sin tener en cuenta el estado mental nuestro y de los otros, lo cual es de suma importancia en la prevención y tratamiento de los trastornos mentales ya que cuando tenemos desarrollada esta capacidad somos más capaces de regular mejor nuestras emociones al ser más tolerantes con nuestros propios estados mentales (ira, rabia, frustración, odio, envidia, etc.) y con los de los demás. Esto tiene efectos sobre la regulación de la impulsividad al aumentar nuestra capacidad reflexiva y por tanto poder tolerar la frustración y la espera por aquello que deseamos, algo que va completamente en contra de lo que, por ej., las grandes multinacionales desean, ya que para ellos más consumo es más dinero, más poder…

En conclusión “La Mentalización” es una capacidad que se adquiere y desarrolla desde la seguridad con nuestros primeros cuidadores y que nos va a acompañar en el mejor manejo de las situaciones personales e interpersonales a lo largo de nuestra vida.

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